Está bueno.También él hablaba con una voz normalísima. Uno supondría que, si unratón pudiera charlar, tendría la vocecita mucho más baja y chirriante que se puedaimaginar. En este momento todas las mujeres, o mejor dicho, las brujas, estaban inmóviles ensus sillas, viendo fijamente, como hipnotizadas, a alguien que habíaaparecido de repente en la tarima. Era otra mujer.Lo primero que noté en ella era su tamaño.
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Es una realidad de lavida.Yo se encontraba indignado. Había una sonrisa picara en su cara y yo comprendí que se encontraba a puntode meter al señor Jenkins en problemas.—¿Quién? —Esa mujer que está allí —dijo mi abuela—. La baja del traje negroque está a la cabecera de la mesa extendida.—¡Pero si es de la RSPCN! —No, no lo es —dijo mi abuela—. Es La Gran Bruja del MundoEntero.—¿Quiere decir que fue ella, esa mujercita flaca de allí? —chilló elseñor Jenkins, señalándola con un dedo—.
Te voy a llevar a verle, si quieres. Todavía lotienen en su casa. Está en el recibidor, es una pequeña estatua de piedra. Lasvisitas dejan sus paraguas apoyados en él.Aunque yo era muy pequeño, no se encontraba presto a creerme todo lo queme contara mi abuela. Sin embargo, charlaba con tanta convicción, con tanabsoluta seriedad, sin una sonrisa en los labios ni un destello en la mirada,que yo me hallé empezando a dudar.Las brujas difundieron sonidos entrecortados y boquearon. Se miraronentre sí y se dedicaron vampíricas sonrisas de emoción. —Prosigue, abuela —dije—. Me has dicho que hubo cinco en total.
Memetí en un bolsillo del costado dentro del bolso, cerca del broche, y desde allípodía asomar la cabeza siempre y cuando quisiera.—Eh —dijo Bruno—. Deme el resto del plátano que estaba comiendo.—Oh, bueno —dijo mi abuela—. Lo que sea con tal que te calles.Echó el plátano medio comido dentro del bolso, se colgó éste del brazoy salió de la habitación. Recorrió el pasillo dando golpecitos con su bastón.Bajamos en el ascensor a la planta baja y atravesamos el Salón deLectura, camino de la Sala. Allí estaban, efectivamente, el señor Zara roupa infantil y la señoraJenkins, sentados en unos cuantos sillas con una mesa baja de cristal entrelos 2. Había varios otros grupos de personas, pero los Jenkins eran laúnica pareja que se encontraba sola.
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